Como siempre, era muy tarde para seguir en el trabajo, es Nochebuena! Ahora, no se qué significado tiene esa celebración para mí.
Mientras recogía el papel y los lápices de la mesa, recordé lo bonitas que fueron las nochebuenas de mi infancia, cuando estar todos juntos era la mayor felicidad. Mi madre, generalmente huraña y malhumorada, abría las puertas de casa, igual que muchos vecinos, y la chiquilleria del bloque, andaba libre de piso en piso para felicitar a los amigos.
Besos, canciones y alguna monedita de chocolate endulzaban aun más aquella sensación que entonces no entendía y ahora sé que estaba muy cerca del amor universal.
Algo, un ruido extraño, me devolvió al momento presente: alguien había entrado al local.
Giré la cara y en un movimiento muy rápido, mientras veía la silueta de un hombre con pasamontañas negro, me escondí debajo del escritorio.
El terror ganó fuerza, se apoderó de mí. Temía enfrentar aquella silueta y que me hiciera daño. Temía que se acercara, que me viera, que llevara un arma…
Él, murmuraba nervioso. También parecía aterrorizado y se movía con premura.
Ruido de cajones, un golpe sobre una superficie de cristal…había reventado la máquina del café.
Después, ruido de pasos saliendo atropelladamente, y llegó el silencio…
Cogí el abrigo y el bolso y salí lo más rápido que pude del local.
«Hay que avisar a la policia», pensaba. Debía hacerlo, pero no tenía valor para quedarme allí, con la cerradura reventada.
La zona industrial estaba vacía y oscura a aquella hora, correr, salir de allí era mi prioridad.
Llegué a la parada del bus en dos minutos. Estaba alterada, tenía que avisar…Una vez dentro del Bus, busqué asiento e intenté relajarme un minuto antes de hablar por el móvil.
-Hija, te pasa algo?
¡Con los nervios, había clicado la última conversación, mi padre estaba al teléfono!!.
Ahí, exploté, le conté lo del robo, mi precipitada salida, y él, muy preocupado, dijo que volviera a casa lo antes posible, que él se encargaría de llamar a la policía.
Por fin respiré. Guardé el móvil y sentí la mano de mi compañera de asiento (que evidentemente había oído mi conversación), y su mirada preocupada hacia mi.
-Tranquila, nena, ahora estás a salvo.
Pero, al entrar la persona que esperaba en la siguiente parada, mi cuerpo empezó a temblar. Su voz, esa voz que susurraba y se quejaba porque el cristal no cedía…era el ladrón, ¿me habría seguido?
Supongo que para intentar distraerme, mi vecina de asiento, me explicaba su vida. Trabajaba de limpiadora, salía tarde y esa noche, un poco antes de lo normal por ser Nochebuena. Ahora, bajaría y le iría a comprar una bufanda de regalo a su marido.
-Qué gracia!, cuando éramos novios le regalaba corbatas, pero ya somos viejos…
-¿La puedo acompañar?
-Claro hija!!, pero, si te esperan en casa, estarán preocupados…
No podía decirle a la mujer que el ladrón estaba detrás de nuestro asiento y yo necesitaba salir del autobús…
Así que nos bajamos.
El Centro Comercial, ahora envuelto en luces de Navidad, estaba justo al lado de la parada. La mujer se dirigió segura a una tienda y recogió el esponjoso regalo. Yo, la seguía como una zombi, agradecida de que su actitud hacia mí, me hubiera sacado del nerviosismo anterior.
Volvíamos a la salida, cuando se paró y me hizo mirar hacia una parada de juguetes. Un hombre (el hombre…el ladrón que murmuraba y me había atemorizado!!!), tenía varias muñecas delante. Elegía «una para mi princesa», según le decía a la dependienta.
La mujer lo miraba emocionada.
-¿Has visto, nena? Unos se dedican a hacer el mal y otros ponen el corazón en lo que hacen.
No pude responderle…
