Un monje está cruzando una calle y una flor muy corriente asoma sobre una pared. Una flor muy común, una flor ordinaria de esas que hay por todas partes. Él la mira. Es la primera vez que él realmente la ha mirado, porque es muy corriente, es muy normal. Siempre se ve por ahí, por eso nunca se preocupó de mirarla anteriormente. La mira. El satori sucede.
La flor ahora ya no es corriente. El monje ha penetrado en ella y la flor ha penetrado en el monje.
(«Haiku» que recoge Osho en sus escritos)
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«Entonces ocurrió la revelación. Marino vio la rosa, como Adán pudo verla en el Paraíso, y sintió que ella estaba en su eternidad y no en sus palabras y que podemos mencionar o aludir pero no expresar y que los altos y soberbios volúmenes que formaban un ángulo de la sala en la penumbra de oro no eran (como su vanidad soñó) un espejo del mundo, sino una cosa más agregada al mundo.
Esta iluminación alcanzó Marino en la víspera de su muerte, y Homero y Dante acaso la alcanzaron también».
(Una rosa amarilla, de El Hacedor, Jorge Luis Borges)
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Nicola Tesla, el genial inventor, fue un apasionado de las palomas , en especial tomó cariño por una de ellas. Un día esta paloma voló a la habitación de Tesla con los ojos brillantes, una experiencia que lo emocionó especialmente: «Sí, era una luz real, una poderosa, fulminante, enceguecedora luz, una luz más intensa que la que jamás produje con las más poderosas lámparas en mi laboratorio».
Muchos de los inventos de Tesla se le ocurrieron en sueños;
describía su proceso creativo como “un relámpago en el que
súbitamente se aclaran los secretos de la naturaleza”.
«La idea vino como un flash de rayos y en un instante la verdad se reveló».
El kenshou (literalmente ‘ver la naturaleza’ en japonés) es un concepto importante del budismo zen. Se puede traducir como ‘despertar, iluminación o autoconocimiento’. Designa para el individuo la realización de su propia naturaleza, es decir, la naturaleza de Buda. El kenshou indica un despertar preliminar al despertar completo del satori. Kenshou no es un estado permanente de iluminación, sino más bien un guiño puntual de la verdadera naturaleza de la existencia.
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«El abandono es desechar toda ansiedad. Abandono es soltar todas las necesidades (ésto incluye la necesidad espiritual). El creyente que se ha abandonado al Señor, ya no se permite el lujo de tener consciencia de las necesidades espirituales.Antes bien, se abandona completamente a Dios, a su disposición.
El abandono, debe alcanzar un punto en el que usted esté en una posición de completa indiferencia para consigo mismo. Puede estar seguro de que una disposición semejante, habrá devenir en un resultado maravilloso». Palabras de la mística francesa Madame Guyón, «discípula» de nuestro Miguel de Molinos que allá por el S.XVII, con su Guía Espiritual , promovió el «quietismo», la «dejación del ser» como medio de alcanzar la iluminación personal.


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«Amamos el arte porque nos saca de «aquí»,
Fernando Pessoa, otro gran iluminado…
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Tennyson, en sus memorias, da un ejemplo de la experiencia que 
tenía en un trance mientras estaba despierto:
“Desde mi niñez he tenido con
frecuencia una especie
de trance en estado
de vigilia,
cuando me encuentro
completamente solo. Éste me invade generalmente al repetir mi propio nombre
dos o tres veces, silenciosamente para mis adentros, hasta que de pronto, como si viniera de la intensidad de la conciencia de la individualidad, la individualidad
parece disolverse y se desvanece en el ser sin límites; y esto no es un estado confuso sino el estado más claro de los claros, el más cierto de los ciertos y el más sabio entre los
sabios, totalmente más allá de toda palabra, donde la muerte es una imposibilidad irrisoria, la pérdida de la personalidad (si así lo fuera), que al parecer es la única vida
verdadera. Me avergüenza mi débil descripción, pero ya he dicho que este estado está absolutamente más allá de toda palabra»
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Y otro más…, éste muy conocido, Stendhal y su síndrome:
Stendhal (seudónimo de Henri-Marie Beyle), dio una primera descripción detallada del fenómeno que experimentó en 1817 en su visita a la Basílica de la Santa Cruz en Florencia, Italia, y que publicó en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio:
«Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme«.
¿Que significa esa «dejación del ego», ese estado de abandono de uno mismo, esa posibilidad de salir de nuestra propia conciencia y «entrar en el «otro lado»?… no llega a ser una experiencia mística, pero es el preámbulo del paraíso.