
El Parc de la Ciutadella de Barcelona ocupa los terrenos de la Ciudadela construida por Felipe V para dominar la ciudad tras la Guerra de Sucesión Española, en el siglo XVIII.
Durante el reinado de Carlos VI, Catalunya, igual que el resto de la península, disfrutaban de una situación política muy especial. El Rey aportaba cohesión y seguridad.
El gobierno catalán se componía entonces de tres instituciones, los Tres Comunes de Cataluña: el Consejo de Ciento que se encargaba de la ciudad de Barcelona, la Diputación General o Generalitat, de atribuciones sobre todo tributarias sobre el conjunto del territorio, y el Brazo militar de Cataluña. El 22 de junio de 1713 el príncipe Starhemberg comunicó a los catalanes que había llegado a un acuerdo con el general borbónico en el llamado convenio del Hospitalet para la evacuación de las tropas, y como garantía les había entregado Tarragona. Tras ello, se embarcó secretamente junto con sus soldados, dejando a Cataluña a su suerte.
En Barcelona se formó la Junta de Brazos de las Cortes, la cual decidió una defensa numantina. Mientras tanto el comandante borbónico, el duque de Popoli, sometía las ciudades circundantes y terminó pidiendo la rendición de la propia Barcelona, a lo que ésta se negó. Entonces Popoli inició un bloqueo marítimo, no demasiado eficaz, ya que era burlado por Mallorca, Cerdeña e Italia. En los siguientes meses se produjeron levantamientos en el campo, que fueron rápidamente sofocados.
En marzo de 1714 se firmó el Tratado de Rastatt, confirmado en septiembre por el Tratado de Baden, lo que suponía el abandono definitivo de Carlos VI. El emperador envió una carta a la Diputación General de Cataluña en la que les explicaba que había firmado el tratado de Rastatt obligado por las circunstancias y que todavía mantenía el título de rey de España.
Las instituciones catalanas decidieron resistir…
En una última llamada a la población barcelonesa, los Tres Comunes de Cataluña68 ordenaron publicar el siguiente bando
«Ahora oíd, se hace saber a todos generalmente, de parte de los Tres Excelentísimos Comunes, tomado el parecer de los Señores de la Junta de Gobierno, personas asociadas, nobles, ciudadanos y oficiales de guerra, que separadamente están impidiendo que los enemigos se internen en la ciudad; atendiendo que la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España, está expuesta al último extremo, de someterse a una entera esclavitud. Notifican, amonestan y exhortan, representando a Padres de la Patria que se afligen de la desgracia irreparable que amenaza el favor e injusto encono de las armas franco-españolas, hecha seria reflexión del estado en que los enemigos del Rey N.S., de nuestra libertad y Patria, están apostados ocupando todas las brechas, cortaduras, baluartes del Portal Nou, Sta. Clara, Llevant y Sta. Eulalia. Se hace saber, que si luego, inmediatamente de oído el presente pregón, todos los naturales, habitantes y demás gentes hábiles para las armas no se presentan en las plazas de Junqueras, Born y Plaza de Palacio, a fin de que unidamente con todos los Señores que representan los Comunes, se puedan rechazar los enemigos, haciendo el último esfuerzo, esperando que Dios misericordioso, mejorará la suerte. Se hace también saber, que siendo la esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus cargos, explican, declaran y protestan a los presentes, y dan testimonio a los venideros, de que han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, protestando de todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida Patria, y exterminio todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la Libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España, y finalmente dicen y hacen saber, que si después de una hora de publicado el pregón, no comparece gente suficiente para ejecutar la ideada empresa, es forzoso, preciso y necesario hacer llamada y pedir capitulación a los enemigos, antes de llegar la noche, para no exponer a la más lamentable ruina de la Ciudad, para no exponerla a un saqueo general, profanación de los Santos Templos, y sacrificio de niños, mujeres y personas religiosas.
Y para que a todos sea generalmente notorio, que con voz alta, clara e inteligible sea publicado por todas las calles de la presente ciudad.
Dado en la casa de la Excelentísima Ciudad, residiendo en el Portal de S. Antonio, presentes los mencionados Excelentísimos Señores y personas asociadas, a 11 de Septiembre, a las 3 de la tarde, de 1714».
Finalmente el 12 de septiembre se firmó la capitulación de Barcelona y el 13 de septiembre se ocupó la ciudad. La antigua cohesión y buen entendimiento con el estado, dio paso a una experiencia de gobierno completamente centalizada, en la que las instituciones catalanas fueron disueltas.
El 11 de septiembre de 1714, tras un asedio de más de 13 meses, Barcelona caía en poder del ejército del rey Felipe V, que para mantener la ciudad bajo un firme control construyó esta ciudadela o fortaleza, la más grande de Europa por entonces, con forma de estrella, de donde toma su nombre actual el parque y el barrio de la Ciutadella circundante.
La Ciudadela fue parte integrante de un conjunto militar para dominar plenamente la ciudad de Barcelona, en el que, junto a la Ciudadela propiamente dicha, se construyó el Castillo de Montjuïc, en la montaña homónima que domina Barcelona desde la altura. La construcción de la Ciudadela se encargó al ingeniero militar de origen flamencoJoris Prosper Van Verboom, realizándose entre 1716 y 1718.
Para su construcción fue necesario derribar parte del Barrio de la Ribera, que no sería trasladado a la Barceloneta hasta tres décadas más tarde. Se derribaron 1.200 casas, así como los conventos de San Agustín y Santa Clara, y se desvió el Rec Comtal. En total se desalojó a unas 4.500 personas, que no recibieron indemnización alguna y fueron abandonadas a su suerte.
Convertida en un odiado símbolo del gobierno central por parte de la población de Barcelona, la Junta de Vigilancia lo mandó derribar en 1841, aunque dos años después, durante la Regencia de María Cristina de Borbón, ésta lo restauró dado que todavía no estaba totalmente destruido. Fue el General Prim el que decretó su donación a la ciudad.
Finalmente, debido a la Revolución de 1868, se procedió a la demolición de la Ciudadela, comenzando con el derribo de la torre de San Juan, prisión militar situada en la plaza de armas de la Ciudadela. De la fortaleza original quedaron sólo la capilla (actual Parroquia Castrense), el palacio del gobernador (actualmente un instituto de educación secundaria, el IES Verdaguer) y el arsenal, actual sede del Parlamento de Cataluña.
Con motivo de la Exposición Universal de 1888, el alcalde Francisco de Paula Rius y Taulet encargó la urbanización del parque a Josep Fontserè, en los terrenos de la Ciudadela derribada, en plena apertura de Barcelona al mundo internacional. Fontserè proyectó unos amplios jardines para esparcimiento de los ciudadanos, bajo el lema «los jardines son a las ciudades lo que los pulmones al cuerpo humano». Se inspiró en jardines europeos como los de William Rent en Inglaterra, André Le Nôtre en Francia, o las villas de recreo de Roma y Florencia, y junto con la zona verde proyectó una plaza central y un paseo de circunvalación, así como una fuente monumental y diversos elementos ornamentales, dos lagos y una zona de bosque, además de diversos edificios auxiliares e infraestructuras, como el Mercado del Borne.

