Un pequeño esplendor

No había nada, y decir nada es nada. Decir «había», también es absurdo, puesto que nada, es NADA.

Sé que hubo una sensación, un cambio.

Caí, y «allí» sentí la soledad, el frío, la unicidad como una tremenda tristeza.  Sólo era una partícula, una simple, minúscula mota caída en la desgracia, en la nada.

«Allí», por reconocer mi infinita pequeñez, empezó todo. Como un latido en busca de otros latidos afines, un pequeño fotón desterrado que retoma el camino y añora el minúsculo,-o gran-,  foco de luz que lo origina.

Sé que es increíble. De hecho, porque me cuesta creerlo,  te lo estoy contando. Necesito compartir lo que sé de mi origen, que es el origen del TODO.

Puede que mi  pequeña partícula naciera en el brillo de una estrella fugaz, tal vez en el de las lágrimas de dolor de un ser perdido en un planeta ignoto, solitario, como fuí yo. Pero sea el que sea mi origen, de allí, de donde no existían los tiempos, surgieron todas las edades del mundo y el Universo y todo lo que pueden ver tus ojos o las percepciones que se puedan tener, intuir o ignorar.

Allí nací y por amor me expandí hasta dar lugar a ser lo que soy. Sólo Amor me define, Quizás por ello, no deberías nunca menospreciar tu  fulgor, que lo tienes;  ni el brillo de la partícula más pequeña del mundo que conoces.  Porque puede que ese pequeño, imperceptible resplandor,  sea mi origen. El origen de Dios (como me llaman los hombres).

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