El muerto o las flores transparentes

arbolen playa

«I have dreamed in my life, dreams that have stayed with me ever after, and changed my ideas; they have gone through and through me, like wine through water, and altered the color of my mind.» ~Emily Bronte

 

Era a principios de los años setenta.

Cuando íbamos a la playa, generalmente con mi hermana y su novio, las palabras más repetidas eran : ¡¡¡sal del agua!!!, siempre me las decían a mi. A veces, porque jugaba con niños que acababa de conocer y  el tiempo se detenía estando con ellos o símplemente porque «me encantaba» observando piedrecillas y caracolas.

Aquel día fue diferente. Mis padres venían con nosotros. El odioso novio de mi hermana, (que al cabo de los años sería una de las personas más queridas para mi), nos llevó a pasar el día a una playa en Garraf.

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Con la inútil intención de comprar mi aprobación, me había regalado unas gafas de buceo. Guapísimas, de color azul. Yo estaba feliz y deseando estrenarlas, aunque me guardé mucho de demostrarlo. Así que cuando llegamos a la enorme playa… ¡¡¡Al aguaaaa!!!
Mi padre, al que también le gustaba bañarse, permanecía cerca de mi todo el rato, vigilando, porque yo siempre había buceado, pero la tendencia era a entrar demasiado en aguas profundas y aquella playa larga y superficial podía ser engañosa.

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En uno de mis baños, él se quedó cerca de la orilla observando.  Yo estaba con la cabeza bajo el agua, mirando las rocas y «maravillas» del fondo, cuando algo me golpeó la espalda. Hice un movimiento brusco por el susto y giré mi cuerpo, de manera que quedé prácticamente encima de algo negro y seco que flotaba.
Una fuerte voz en mi cabeza, gritó :- ¡Sólo es un tronco seco!.
Me separé rápidamente tosiendo el agua, que en la precipitación había tragado, recomponiéndome como pude hasta llegar a la orilla, donde mi padre observaba mi movimiento extraño, aunque no imaginaba la causa y como veía mi cabeza fuera del agua,   seguía tranquilo.

-¡¡Hay un tronco muy grande!. -¡He tocado un tronco enorme!!

Mi padre entró en el agua y gente cercana a la orilla fue acercándose a nosotros. Había algo más, mucho más que un tronco allí.

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El cuerpo de un hombre ahogado apareció ante los ojos de todos, con los brazos y las manos extendidas y agarrotadas.
Mi padre corrió hacia mi e intentó que yo no mirara aquel cuerpo del que hacía pocos minutos había estado tan cerca.

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El cuerpo fue extraído y llamaron a la Guardia Civil para que se hiciera cargo de la situación.

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El hombre, de piel negra y muy delgado, permaneció tendido al sol durante horas hasta que vinieron a por él.

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No podíamos irnos de la playa, porque ese día, los que todavía eran príncipes Juan Carlos y Sofía venían al Prat a inaugurar una terminal del aeropuerto. La carretera había sido cortada por esa causa y por ello  el cadáver del pobre hombre nos acompañó todo el día.

A lo largo de las horas, los brazos, que al principio habían señalado al sol, fueron perdiendo rigor, quizás por el tremendo calor, y fueron bajando. Alguien gritó al ver que se movían que el hombre estaba vivo, por un momento tuvimos esa esperanza; incluso se acercaron y trataron de reanimarlo por supuesto sin resultado.

Aquel inolvidable día de playa lo fue por el  hombre muerto. No era desagrado lo que yo sentía, era pura tristeza. ¿Quién sería y quiénes lo echarían en falta?

 

Casi una semana después, el viernes por la noche, mi hermana y su novio invitaron a mis padres a tomar algo al nuevo bar del aeropuerto. La gran y fresca terraza era un reclamo para esas visitas nocturnas, que se pusieron de moda aquel año. Yo me quedaría en casa al cuidado de mi hermano, porque ellos volverían muy tarde. 

aeropuerto.El.Prat.1960-2

Esta foto es del antiguo bar, no encontré las de su actualización en los 70

http://orgullosademiciudad.blogspot.com.es/2014/01/aeropuerto-barcelona-el-prat-1919-1977.html

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Salieron contentos los cuatro y casi inmediatamente mi hermano, que entonces tenía unos veinte años, se fue de casa también, dejándome sola…«porque tu ya eres una niña muy mayor».

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No sé si fue esa sensación de soledad, de abandono o símplemente el recuerdo de lo acontecido el sábado anterior, pero una sensación de terror agobiante se apoderó de mi. Recordaba el contacto de aquel cuerpo seco y rasposo. Los brazos extendidos, las manos crispadas que lentamente descendían hacia la arena. Recordaba mi boca tragando el agua contaminada por la presencia cercana de la muerte, y me sentía completamente sola, sin nadie a quien acercarme, sin refugio.

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Encendí todas las luces del pasillo y del comedor. Temblorosa, cerré los ojos y me hice un ovillo en el sofá esperando que mis padres volvieran.

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No sé cuánto tiempo pasó, sé que de repente el miedo cesó y una sensación de calor y relajación me inundó.

Frente a mi, cuando por fin abrí los ojos, habían dos preciosas flores de pétalos y hojas brillantes y semitransparentes.

Las flores más bellas que nunca he visto.

Durante mucho rato las estuve observando hasta que desaparecieron, y al final, completamente relajada ya, me levanté, apagué las luces y me metí en la cama sabiéndome querida y cuidada.

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