Reflexionando sobre la envidia, o cómo huelen nuestras emociones.

La Mesa de los pecados capitales, es una de las obras del pintor holandés Hieronymus Bosch, El Bosco. Es un óleo sobre tabla, pensado para usarse como encimera o tablero de mesa. Como todas las obras de El Bosco, al no estar fechado por su autor es datado en fechas diversas. Tradicionalmente se considera pintado el año 1485; otras fuentes lo sitúan entre 1475 y 1480. Mide 120 cm de alto y 150 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Museo del Prado de Madrid. Esta tabla fue adquirida por el monarca Felipe II de España, quien la guardó en el monasterio de El Escorial. Se llevó al Museo del Prado durante la guerra civil española.
La Mesa de los pecados capitales, es una de las obras del pintor holandés Hieronymus Bosch, El Bosco. Es un óleo sobre tabla, pensado para usarse como  tablero de mesa. Tradicionalmente se considera pintado el año 1485. Mide 120 cm de alto y 150 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Museo del Prado de Madrid.
Esta tabla fue adquirida por el monarca Felipe II de España, quien la guardó en el monasterio de El Escorial. Se llevó al Museo del Prado durante la guerra civil española.

«La envidia es mil veces peor que el hambre, porque es hambre espiritual»

Miguel de Unamuno afirmaba que la envidia era el rasgo de carácter más propio de los españoles, como ejemplo escribió su novela «Abel Sánchez»…

 Desde la niñez, Joaquín siente  envidia de su amigo Abel. Helena es el amor platónico de Joaquín, pero es Abel el que consigue a la  muchacha y se casa con ella. La frustración de Joaquín llegará entonces a ser obsesiva.  Ninguno de los intentos  por olvidar o superar a su adversario,  (su matrimonio con Antonia, su carrera como médico, su descendencia…) será suficiente, de modo que dedicará su vida a esa pasión destructiva, sin hacer otra cosa, pese a los repetidos consejos de Antonia.

Decía el escritor argentino Jorge Luis Borges que el tema de la envidia es muy español. «Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: Es envidiable». A lo mejor, si es verdad,  se debe a una educación basada en la COMPARACIÓN.

«En el país de los ciegos, el tuerto es el rey», «Tanto tienes tanto vales»…

Ya lo dijo Esquilo: “Pocos hombres tienen la fuerza de carácter suficiente para alegrarse del éxito de un amigo sin sentir cierta envidia”.

Yo, como ser humano conocedora empírica del tema, («estamos trabajando en ello, para repararlo»), he observado que ésta es una de las emociones más arrolladoras  e irracionales . Por éso la relaciono con  el sentido del olfato:

Nuestro sentido del olfato es 10,000 veces más sensible que cualquier otro de nuestros sentidos,  el reconocimiento del olor es inmediato. Otros sentidos similares, como el tacto y el gusto, deben viajar por el cuerpo a través de las neuronas y la espina dorsal antes de llegar al cerebro, mientras que la respuesta olfatoria es inmediata y se extiende directamente al cerebro. “Este es el único lugar donde nuestro sistema nervioso central está directamente expuesto al ambiente.” (von Have, Serene Aromatherapy). Así, como si de una emoción se tratara, el olfato llega al cerebro  directamente. No hay tálamo ni raciocinio de por medio…

El sistema límbico es una red de estructuras conectadas entre sí que se encuentra cerca de la parte media del cerebro y está conectada con el sistema nervioso central. Estas estructuras “trabajan en conjunto para tener efecto en un amplio rango de comportamientos que incluyen las emociones, la motivación y la memoria.” (Athabasca University, Tutoriales Avanzados de Psicología y Biología). Este sistema maneja las respuestas instintivas o automáticas y tiene muy poco, o posiblemente nada, que ver con los pensamientos conscientes o la voluntad.
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Don Quijote:  “Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes. Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué deleite consigo; el de la envidia no trae sino rencores y rabias.”

 ¿El envidioso nace o se hace?. Si nace así… qué le vamos a hacer!! una carga vitalicia más a superar!… Pero seguramente el envidioso no sólo «se hace», si no que «lo hacen».  Tengo razones de peso para afirmarlo:

  • Sinónimos: Celos, resentimiento, animosidad, rencor, tirria, rabia, resquemor, desazón, disgusto
  • Antónimos: indiferencia, conformidad.

Según el filósofo John Rawls, la base de la diferencia entre celos y envidia radica entre la posesión y el deseo de poseer. No conozco a ningún niño pequeño que no posea todo lo que le rodea…probablemente depende de los mayores, de la sociedad, si de repente el niño empieza a mirar para otro lado y a comprender que «lo que le pertenece», siempre está fuera de su alcance pero es asequible para el otro. (Al final, somos humanos, si le pasó al jefe de la creación con Caín, cómo no vamos a fallar nosotros!)

El que envidia algo, sabe que no lo posee y esto  lo llena de frustración. Este sentimiento es uno de los más ponzoñosos, un seguro  para el «no desarrollo». Una sociedad (como la nuestra) caracterizada por ciudadanos envidiosos de lo que posee el vecino de al lado, nunca despuntará más allá del límite de la propia necesidad. Lo que tenemos nunca será  suficiente si tomamos conciencia de que el compañero, el amigo, o aquella señora de la esquina, lo tiene mejor, más grande o más bonito.

Los antiguos griegos temían el castigo de los dioses por mediación de Némesis, la diosa unificadora, la que «ponía en su sitio», a los hombres, enfrentándolos con el espejo de su soberbia, de sus excesos.  Así, procuraban acallar cualquier sentimiento exaltado, cualquier consecución que alimentara la vanidad o los sacara de un estado de mediocre pasividad. Temían que una excesiva felicidad se viera compensada por una enorme tristeza. El miedo a la implacable balanza «karmica» era una  formidable contención sicológica, llegando al punto de carecer culturalmente de la envidia ¿podemos envidiar aquello que procurará nuestro mal?.

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En nuestro mundo  consumista post judeo cristiano, la némesis se ha diluído en la puerta de los grandes almacenes. El enemigo es «no poder» antes que el propio deseo de lo superficial. No existe una contención  a «hacer lo que nos venga en gana» más cercana que el mensaje  evangélico de «Amar a tu prójimo como a ti mismo». Pero en nuestra sociedad el mensaje religioso ha sido relegado. Nuestro ego nos hace dioses de lo que tenemos y esclavos de lo que deseamos, aquello que tiene «el otro».

La vacuna contra la envidia se llama autoestima. Si queremos dejar de «sentir ese desagradable olor» en nuestra vida, es imprescindible que controlemos esa emoción destructiva y común como pocas, que la dejemos fuera de nuestra piel.

«El hombre se cree siempre ser más de lo que es, y se estima menos de  lo que vale»
Goethe

La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.

Francisco de QuevedoDibujo-Perro%2Bgrande%2Benvidia%2Bhueso%2Bde%2Bperro%2Bchico[1] Quevedo_lecturas76[1]

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