Siempre he tenido sueños lúcidos. Desde pequeña he acudido a la cita con un grupo de «monjes» vestidos con largas túnicas. Ellos «viven» en otro lugar fuera de este mundo.
Cuando algo me aflige gravemente, los visito. La casa está en una calle antigua, de losas oscurecidas. Es un edificio viejo y medio derruido. Llamo en la vieja puerta y me encuentro en una estancia marrón. Marrones las paredes, la gran mesa central, unas pocas sillas y los hábitos de mis amigos, que enseguida vienen a mi encuentro. Una vez «allí», les explico las cosas que me han pasado, todo tipo de cosas, y ellos, dependiendo del tema, me dirigen el sueño.
La sensación al estar junto a ellos es de verdadero amor, calor…. me cuidan!, en fin, una estupenda sensación. Voy a explicar uno de estos «viajes dirigidos».
Yo tenía una perra a la que adoraba. Era bastante viejita (ocho años) y el veterinario me dijo que tenía cataratas muy severas, que era metabólico y en pocos meses perdería totalmente la vista.
Llegué a casa muy preocupada. Aquella misma noche, mis «amigos» me «dirigieron».
Soñé que estaba en un mercado. Me dirigí a los lavabos y busqué a una señora, Manuela. La mujer era una sesentona madura, morena y delgada. Estaba limpiando el suelo y cuando me vio, me sonrió y dijo que me esperaba. Era andaluza, aunque ignoro dónde estábamos… el lugar olía a pescado y mis sensaciones iban de la incredulidad al asombro. Me llevó a un rincón un poco apartado, como si temiera que alguien malinterpretara nuestra charla, cogió mis manos y me explicó que la perra, Tura, igual que si fuera un hijo mío, me había elegido a mi, había elegido sus circunstancias, el plan de su vida en general y que yo, igual que hacían los padres cuando eran elegidos por sus hijos, podía ayudarla en ese plan.
Para curarla, sólo tenía que escupir en mis manos y pasarlas sobre sus ojos. Mi amor por ella haría el resto. Según ella, la saliva era un elemento poderoso, para bien o para mal, y que aplicado con amor, cualquiera podía sanar a sus seres queridos, siempre en la medida en la que nuestros «planes vitales» no se vieran afectados. Mi perra estaba perdiendo la vista, pero continuaría muchos años más conmigo y ahí es donde yo la podía ayudar. También me explicó otro «truco» para sanar inmediatamente el lugar en el que estuviera…, mi espacio más inmediato, agitar las manos, mover el aire con las manos y aplaudir… según ella, todo éso contribuía a traer más energía al ambiente y sanarlo.
«-No sabes la suerte que tienes, aunque en esta vida, tu no tendrás hijos, ella te ha elegido para vivir contigo hasta su final. Mucha gente se entristece y nunca supera que sus hijos tengan graves problemas , enfermedades, síndrome de Dawn… muchas cosas, se sienten culpables, como si ellos tuvieran algo que ver… No saben que somos los hijos los que elegimos todo, las dificultades y los compañeros de viaje».
Antes de dejarla, le pregunté qué hacía trabajando en aquel lugar ( a esas alturas yo estaba convencida de que la mujer era un ser de prodigiosa sabiduría y de que aquel trabajo no le correspondía en absoluto), Manuela me sonrió con amorosa expresión y me dijo que dónde iba a estar mejor!. Su respuesta me provocó una indescifrable melancolía. Sentía sobre mí, como una pesada losa el peso de mis errores., de mi torpeza!
¿En qué lugar puede estar mejor aquél que se tiene a sí mismo?
La perra no se curó totalmente de las cataratas, pero duró todavía seis años y tenía buena vista. El veterinario no se lo creía cuando le dije que no le ponía gotas ni nada. Siempre pensó que había ido a otro especialista!, ¡en realidad, así fue!
Obsi,,,,,,,, Obsi,,,,,,